lunes, 24 de mayo de 2010

BUHEDERA – GUILLERMO FÁRBER

Maltrato a los animales



Me sorprendió muy gratamente el tamaño de la marcha del sábado para exigir un trato mejor para los animales. Yo no tenía idea de que esa causa tuviera tantos y tan vehementes partidarios. Excelente. Francamente, excelente. Eso habla muy bien del nivel superior que está alcanzando nuestro espíritu colectivo. Cierto que nos falta mucho para igualar a los jainistas radicales de India, para quienes la mayor prioridad es el respeto absoluto e incondicional a toda forma de vida, e incluso andan por la calle con tapabocas para no matar ninguna criatura viva al tragarse por descuido algún insecto. Yo dudo que en nuestro mundo moderno sea posible mantener tales alturas espirituales, entre otras razones porque la medicina y la agricultura occidentales no se conciben sin antibióticos y fumigaciones (cuya única función es matar virus, bacterias, hongos y parásitos). En fin, por algo se empieza, y los marchantes de antier sólo tenían en mente animales mayores como perros, gatos, caballos y demás mascotas usuales. Aparte de antibióticos e insecticidas, fungicidas y demás “cidas”, es evidente que nuestra civilización tampoco podría sostenerse sin rastros. El otro nombre de los rastros es “mataderos”: sitios para matar sistemática, tecnológica y dizque higiénicamente vacas, puercos, ovejas, terneras, pollos, conejos, patos, gansos, codornices, avestruces (los peces se cuecen aparte). En fin, donde sentí que la marcha perdía totalmente la brújula ---donde la puerca torcía el rabo (con todo respeto para la puerca)--- fue en el enfoque ramplón de delegar una vez más nuestra responsabilidad personal, en el omnipotente Estado. La consigna de la marcha rts: “¡El trato animal, al código penal!” O sea, tan imbécil como el celebérrimo grito idiota: “¡El pueblo unido, jamás será vencido!” Y es que el respeto por la vida (tanto de humanos como de otros seres no humanos), no debe rebajarse a un nivel vulgarmente legal, policiaco. Para que de veras trascienda, el cambio debe albergarse en nuestro espíritu, o siquiera en nuestra cultura. El respeto a la vida es un asunto de conciencia; limitarlo a los ámbitos legales, es envilecerlo. Lo que la humanidad necesita es un salto cuántico espiritual, no máááááááá leyes, reglamentos, códigos. Con este enfoque punitivo, la “solución” es absurda: castigar a quien castiga, porque castigó. Mientras nuestra motivación sea la venganza y no el amor, no seremos mejores que quienes encierran a un gato en el microondas, o a una rana en la centrifugadora. Mientras nos guíe la represalia y no la compasión, seguiremos estructurando todo por el lado negativo y nos seguiremos atiborrando de “delitos” en vez de valores. Y nuestra existencia colectiva seguirá basada en matar, matar, matar: matar a los demás de nuestra propia especie, matar a los que no son de nuestra especie… matar a la propia tierra (ecocidio).



PRECAUCIONES SEXUALES

Para mis congéneres de la juventud prolongada (nótese que ya no uso eso de “adultos en plenitud” y demás eufemismos ofensivos). 1. Limpia tus anteojos y asegúrate de que tu pareja realmente esté en la cama. 2. Deja la luz encendida. Así, si debes levantarse por algo, no te tropezarás ni te romperás la cara contra nada. 3. Programa el despertador para que suene a los 3 minutos, por si te adormeces a medio camino. 4. Asegúrate de usar suficiente pegamento para que en el zarandeo (que te recomiendo sea moderado) tus dientes postizos no terminen debajo la cama. 5. Revisa tu teléfono y asegúrate de que los números de emergencia estén en marcación rápida. 6. Anota el nombre de tu pareja en la palma de su mano (por si se te olvida en algún momento clave del encuentro). 7. Ten algún analgésico a su alcance por si acaso consigues completar el acto. 8. Haz todo el ruido que quieras y no te preocupes; tu pareja y tus vecinos también están medio sordos. 9. Si consigues culminar exitosamente, llama de inmediato a todos tus conocidos de la misma edad para darles la buena noticia (a ellos les servirá de estímulo, y a ti de presunción). 10. No intentes hacerlo otra vez; mejor dale gracias al cielo por los dones recibidos.

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